Werther
(J. Massenet)
¿Cómo es la representación de un estado del espíritu? ¿De un estado de ánimo emanado desde el mismo centro de agitación donde todo sucede, esto es, el corazón de un hombre?
Estas fueron las primeras preguntas desde dónde inicié mi camino para poner en escena esta ópera. Si un estado de ánimo nos afectara seguramente nos determinaría la visión de la realidad. Así es lo que le sucede a Werther. Pura subjetividad desbordada que impregna el espacio.
El movimiento del tiempo amoroso parece tener sus etapas: desde el rapto de la primera imagen, la embriaguez de la perfección del ser amado hasta la amenaza de una ruina que no lo asolará sólo a él sino también al otro. Así, la decisión de un espacio “teñido” enteramente (vestuario, muebles, objetos, etcetera) por el color de esa subjetividad que se une a una naturaleza simbólica que acompaña. Es Werther quien arma el cuadro y elige su color. Mientras él, excluido desde el comienzo, intenta por todos los medios habitarlo, ser parte de esa imagen, sin lograrlo, encontrando su eco dramático en la voz de Charlotte diciendo continuamente “debemos separarnos.